En nuestro primer FICCO encontrábamos pasillos repletos de películas en 35 mm, cada película constaba de entre 4 y 7 rollos, multiplicados por las 200 que se proyectaban en ese festival, era una locura transitar por ahí.
Con la llegada del DCP ha cambiado mucho el funcionamiento y el espacio: el volumen del material se volvió casi nulo, ya no se necesita la moviola para revisar el material, ni una bodega enorme para conservar y acomodar las películas, tampoco las bobinas, ni los proyectores de platos, y lo peor es que con la tecnología que opera a distancia ahora se prescinde hasta de los proyeccionistas.
Por supuesto, esto ha cambiado nuestra convivencia en la cabina -en Panamá llamado puente de proyección- salvo algunos lugares como la Cineteca o el FICM, donde todavía existe un pacto de camaradería, entre el proyeccionista y la persona a cargo del subtitulaje electrónico, para hacer las pruebas necesarias, cerciorarse que uno esté listo en su puesto, o para comentar si la película está buena o no.
Aún quedan pocos lugares, donde se sigue viviendo en ese espacio una especie de magia a la que no todo el mundo está invitado. El público desconoce los mecanismos que hacen que pueda ver una película. Allá-arriba generalmente- en ese espacio obscuro y solitario a veces, se vive con adrenalina, nerviosismo y en condiciones no necesariamente cómodas.
Ahora, cada vez menos veces vemos una película enredada, una película que se rompe, que se quema, o la ardua labor de pegar 11 rollos- de una película de Béla Tarr- sin que el espectador note que está sucediendo al tiempo que ve la película. Un apagón, un error humano, nos sacan sudor y lágrimas a todos los involucrados invisibles. Somos los fantasmas del cine, de los que nadie recuerda su existencia a menos que haya una falla técnica, una emergencia, un bomberazo -como se dice comúnmente en el mundo del cine.
Es cierto que con la llegada del DCP, hay menos errores durante la proyección, incluso a veces hasta podemos hacer una prueba de los subtítulos, pero también se ha perdido la magia: ya no se escucha ese girar de la película, ni se percibe el sonido del cambio de rollo, ni se ve en la pantalla la marca que lo indica.
También se ha vuelto un lugar más solitario, ya no hay un proyeccionista en cada sala, las cadenas de cine se han empeñado en reducir personal automatizando los procesos en los que estaba involucrado el cácaro: prender y apagar las luces, regular el aire acondicionado de la sala, correr la película, regular el audio.
Y qué decir de nuestros espacios como proyeccionistas de los subtítulos, si bien los cines no fueron construidos pensando en nuestro papel, que se convirtió en una necesidad recientemente, y siempre hemos tenido que ingeniárnoslas para hacer nuestro trabajo, con las nuevas cabinas, sin monitores de audio o donde prácticamente sólo cabe el proyector, tenemos cada vez menos espacio para acomodar nuestro equipo, sin hablar de nuestra comodidad.
Algunas veces la cabina también es nuestra cárcel y nuestra guarida, entramos apenas amanece y salimos a la medianoche, a veces tenemos que comer ahí mismo, y no vemos ni la luz del sol en un día, pero también nos sirven de refugio del tumulto festivalero y de los gritos de los fans al ver desfilar a sus estrellas.
En estos sitios lúgubres, llenos de olores, de calor y de frío, repletos de gente o semi vacíos hemos establecido nuestro hogar, errante y vagabundo, que arma su campamento un par de semanas hasta que se marcha a la siguiente ciudad, ahí hemos sido testigos de muchas historias, tanto en la pantalla de cine como en la vida que ahí se desarrolla, ahí vemos y no vemos el cine, ahí observamos, pasamos y dejamos pasar la vida. Ahí hemos conocido gente, hecho amigos y hemos sufrido y reído también. No se necesita mucho más para ser feliz.
SAY THE SAME SUBTITLES
Nos dedicamos a traducir, ver y subtitular cine, pero sobre todo, a disfrutarlo.